viernes, 14 de junio de 2013

LA VIDA Y LA MUERTE

LA VIDA Y LA MUERTE

Y la vida, aunque no nos demos cuenta, 
se va yendo poco a poco o mucho a mucho, 
hasta que se va.

viernes, 4 de enero de 2013

Frente al televisor

Frente al televisor
(26 de enero de 2012)

Estaban tres hombres sentados en un mismo sillón,
los tres mirando al televisor fijamente.

El televisor no recibe bien la señal.

Cuando el programa se interrumpe por sus debidos comerciales y anuncios,
uno de ellos le pide entusiasmado al que tiene el control: "Cámbiale al #",
y el otro le pide, con ademán de "aguanta", que le deje en el mismo canal
para ver el anuncio que estaba sobre cómo hacerle para que su televisor reciba clara la señal.

En el anuncio se ve cómo un tipo conecta su televisor a una antena que instaló en la azotea,
luego checa que todos los canales se vean con claridad y listo, termina el anuncio.
El que pidió que le cambiaran de canal exclamó: "¡Eso hay que hacer!",
pero el que tenía el control se volvió a verlo y, entre risa y enojo, le dijo:
"Cómo eres pendejo, si fuera cierto lo del anuncio, los canales que checó el 'batillo ese'
no se hubieran visto igual de mal como en nuestro televisor".

Y remata con una gran sonrisa y diciendo: "Se hubieran visto bien, ¿no?".

Javier Macias Mercado


Sobre la vida...

Sobre la vida...
(12 de agosto de 2012)

Poniendo como ejemplo algo radical como la muerte,
la respuesta a la pregunta "¿Cuándo muere el cuerpo?"
será una de tres:
(1) Lo que llamamos destino o la Voluntad Divina, o
(2) lo que llamamos la Voluntad Propia, o
(3) ambas conjugadas de tres formas:
            (1) domina la Voluntad Divina,
            (2) domina la Voluntad Propia,
            (3) dominan ambas en tres proporciones, resumidas en esta expresión:
                        "Más de una, o más de otra, o más de la otra".

Javier Macias Mercado

Los ojos

Los ojos
(26 de enero de 2012)

Otra vez en lo alto,
al filo de las cosas que tienen respuesta.

¿Mar o Sol?

El Mar tiene los ojos negros,
y solo se pueden mirar unos instantes.

El Sol no tiene ojos.

Cosa cierta es que los ojos negros todos los vamos a mirar.

Javier Macias Mercado




domingo, 23 de diciembre de 2012

Norte Este Sur Oeste


Norte Este Sur Oeste
(Domingo, 23 de diciembre de 2012, 02:23 p.m.)

Mirando al norte,
a mi derecha está el este;
mirando al sur,
a mi derecha está el oeste.

Javier Macias Mercado


miércoles, 19 de septiembre de 2012

Búsqueda (Marzo 2004)



Búsqueda. (Domingo, 28 de marzo de 2004, 04:16 p.m.)

¿Quién eres?
He renunciado al dolor que tu causas.
Desde que me propuse escribir nuestros diálogos te escondiste,
tal vez no te dejo hablar.

Pienso que debo seguir pensando.
Pues mi pensamiento es mi espíritu.
Y cuando callo,
te veo venir,
ahora, como un regalo de paz,...
antes, como una serpiente voraz,
zigzagueando con fuerza,
decidida a tocarme,
a asfixiarme...
Y ahora,
escucho los pájaros que antes no escuchaba,
¡Cómo huí de ti!
¡Mi vida era huir de ti!
Pero huyendo de ti
me sentía solo,
un vacío rodeaba todo,
era como si hubiera abierto los ojos,
y hubiera visto que mi vida se dirigía al vacío.
Y sentí ese vacío en mi exterior y dentro de mí.
Ese vacío no era extraño para mí.
Lo reconocía.
Vi mi juicio, o mejor dicho,
me vi en el final de mis deseos.
Volé hacia arriba,
y pasé, con la velocidad de la soberbia,
sobre todas las cosas que ya conocía.
No quise detenerme.
No sabía que lo que buscaba sin saber
era mi propio juicio.
Anhelé saber el final de ese camino,
de esa grieta que mi vuelo abría
sin querer ser tentado por las cosas de Dios,
por temor a que fueran de la serpiente.
Y conocí a la serpiente, luego me hice serpiente.
Vi el mundo como serpiente
y me gustó ser serpiente,
y creía ser de Dios.
Viví engañado por la serpiente,
luego viví engañado por mí mismo.
Ahora no me engaño.

Javier Macias Mercado

martes, 18 de septiembre de 2012

Un hombre peligroso (2003)




Hay dos tipos de hombres y de ellos se derivan incontables sujetos dignos de estudio para la propia vanidad del hombre. No hablaré más que de uno en particular.

Éste que por razones desconocidas por el hombre ha logrado percibir de dos maneras muy particulares la realidad, le ha visto el verde y el carmín. Y en su afán por seguir conociendo este mundo mágico y flexible se ha transformado en su propio dios, en su propio ídolo, y como ha visto miles de formas le ha gustado jugar con ellas: se ha convertido en su propio dueño, en su propio juez y verdugo.

Este hombre es irresistible siempre, lo que alimenta su codiciada vanidad y lo suspende en su soberbia. Antes de ser aquello para lo que fue llamado se sangra con sus mismas inquisiciones y busca la perfección, busca la belleza, ah! Pero la belleza ¿Qué cosa es? Este hombre ha llamado a sus antojos, belleza; y lo predica con la fe de un creyente y arrastra con él a todo aquél que le pretende. No es un ser malo, porque el hecho de existir lo defiende, pero no es perfecto aunque lo busca todo el tiempo.

Es un hombre atormentado, lleno de dudas, pero su soberbia le aconseja resolverlas y lo hace, a su modo claro y confuso, quiere encontrar en los demás la verdad, y en ellos desliza todo su encanto, porque odia ser rechazado y más aún, no quiere que en él descubran su debilidad de mortal, su perversidad; él esconde sus pensamientos para después ordenarlos y justificar sus errores con poesía: es un hombre penetrante, pero temeroso de que alguien haga lo mismo con él, pues él se siente distinto, superior, y en sus errores encuentra su inferioridad en extremo y gime como un perro con la súplica de muerte entre sus labios casi muertos, y este hombre es un viajero, un nómada, no quiere detenerse nunca, pues se ha viciado de sueños e insatisfacciones, apenas consigue algo y ya está como un adicto tras su droga, se cansa de pensar y ya no puede parar, las ideas lo persiguen y le hablan al oído, lo alaban y él en su vanidad correspondida no quiere despreciarlas, las escucha y las odia, pero las soporta, pues cree que ellas le han hecho lo que es, y eso a veces le gusta, le asfixia de placer, y termina siendo un hombre esclavizado de su propia grandeza, de sus propias resoluciones, de su genialidad pervertida, y él ha deseado morir muchas veces, pero su egolatría lo mantiene vivo, y él cree entonces que ese sentimiento es justo, y se vuelve a llenar de soberbia y a veces nunca sale de su escondite mágico, sublime según su gusto.

A este hombre le es familiar perderse en sus pensamientos y pasiones, y es juzgado y puesto al margen, y eso le lastima, pues en el fondo sabe que está mal, pero teme corregirse, teme perder su falsa divinidad.

¡¡¡Qué tentado es este hombre!!!

Se llega a sentir dios la mitad de su vida, la otra es solo tormento, la gran batalla e interminable para él. A éste le seduce el diablo y él cae en sus brazos como la mujer ciega que ama al hombre aventurero.

Este hombre del que les he hablado descubre que es un genio y hasta llega a dudar de ello, y es aquí donde comienza a salir de su hermosa y fantástica esclavitud de mierda. Se da cuenta que nunca fue nada y que todo lo que construía era su propia prisión de genio. Pero este hombre quiere salir y no puede, él es débil en su soledad, ha dejado lo que es, pero le asusta no ser nadie y se abraza de su anterior fantasía una y otra vez. Se enoja consigo mismo y con el mundo después, comienza a sentir odio a todo y a pesar de todo este pleito se esmera en encontrar paz en la belleza: en la verdad. Pero este hombre desconoce ya estas palabras, ya les ha dado su propio significado y le es difícil aceptarlo, su egolatría se lo prohíbe, ahora solo tiene eso: egolatría, el origen de su culpa.

Este hombre se place al ver arrastrados a su miseria a aquellos que le han encontrado belleza en ella, y se siente bien, sacado de su profundo hoyo negro e insípido y se entrega a su señal en su frente: “la tristeza hecha belleza”.

Pero no es solo la tristeza como un gesto de labios marchitos, es la tristeza misma y sus causas las que plasma de una manera hermosa envenenando a infinidad de seres en busca de su propia identidad.

Este hombre ha envenenado el mundo.

El otro hombre, del que no les hablé, ha entregado sus pensamientos a lo sublime, y también sufre. Pero no se avergüenza de ello.

Javier Macias Mercado