El último poema (Mayo 2010)
Veo caer mi cuerpo como piedra pesada,
el duro abismo lo espera con una muerte certera,
ahí, al impacto, terminará todo,
si acaso habrá humedad y huesos rotos.
Veo cómo se deshace mi alma en las profundidades del error,
la oscuridad la espera para abrazarla,
no habrá sitio placentero donde encuentre reposo,
ni habrá sed que pueda calmarse.
Veo cómo la maldición por fin se ha de quedar entre la humedad;
y entre los restos, la podredumbre que he merecido desde siempre,
se acostará conmigo,
y me dirá que por fin pudo tomarme;
y mi alma, cansada de su estrepitosa voz,
ya no la podrá escuchar más, habrá muerto mi alma,
pues solo la muerte, y no otra cosa, ha merecido;
así terminaré mis días: muerto.
Y ojalá pueda no existir más, ojalá que sí pueda morir mi alma,
para no recordar, para no recibir ningún reclamo,
para que de verdad termine la maldición,
y para que se calle su voz…
para no ver mis mentiras… para irme como llegué:
solo y sin recuerdos.
O le volteé la mira al destino,
o nací condenado.
Deberá ser un lugar alto y apartado,
donde mi descenso no escandalice a nadie,
y mi meta, mi muerte,
no sea mayor que mi fama;
aunque, cierto,
para ese entonces
ni mi meta ni mi fama
tendrán importancia.
En verdad digo que la sombra de mi realidad
es la que a besos me conduce a volar,
y, ciertamente, no es posible volar, ni continuar ningún descenso,
de seguro cuando me detenga habré muerto.
Javier Macías Mercado
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